En el mundo se suicidan 800 mil personas al año, siendo la segunda causa de muerte en adolescentes, según reportes de la Organización Mundial de Salud de 2019 y es altamente probable que se agudice por los efectos nocivos de la pandemia de COVID-19, planteó la maestra Karla Patricia Valdés García.

La especialista expuso que en México la tasa promedio por cada 100 mil habitantes es de 9.3, para los hombres, de 15.1 en jóvenes de 20 a 24 años, en tanto que en las mujeres se ubica en 4.0 en edades de 15 a 19 años, afirmó.

En México, la mayor tasa se presenta en el estado de Chihuahua con 10.7 por cada 100 mil habitantes, seguido por Aguascalientes con 10.1 y Sonora con 9.1, mientras que en el otro extremo se encuentran Guerrero con 1.9, Veracruz con 2.6, y Oaxaca con un porcentaje de 3.1.

La investigadora de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAC), en la frontera norte de México, abundó que en el país la incidencia de esta problemática tuvo un crecimiento rápido entre 1990 y 2000 experimentando una estabilidad relativa hasta 2008, cuando se incrementó a causa de la crisis económica.

Existen factores ambientales y biológicos en los que están presentes sucesos de la vida; en la segunda se muestra la ideación y formación de la intención suicida por sentirse derrotado y, finalmente, se quitan la vida.

La teoría interpersonal del comportamiento de este tipo, propuesta por el doctor Thomas Joiner, destaca dos elementos importantes: la falta de pertenencia a grupos sociales, núcleo familiar y laboral, y la percepción de ser una carga para los parientes. Elementos que bastan para tener intenciones de quitarse la vida, pero hace falta tener la capacidad para cometerla, aunque cuando se combinan los tres aspectos se intenta o perpetra el acto.

La docente de la maestría en psicología clínica explicó que el modelo bio-psicosocial de riesgo suicida del psiquiatra y neurocientífico canadiense Gustavo Turecki analiza los elementos que llevan a este tipo de conducta, en la que inciden normas socioculturales, dificultades económicas, valores sociales y el acceso a formas para atentar contra la vida propia.

Este modelo ubica los valores internos de cada individuo, los factores remotos, de desarrollo y próximos, y valora los aspectos adversos desde la infancia, poniendo énfasis en temas epigenéticos, genéticos e historia de familia.

Entre los de desarrollo considera el uso de drogas, rasgos de temperamento y déficit cognitivos y refiere que la pérdida laboral, aprietos económicos o de salud pueden llevar a una psicopatología suicida.

Entre los de riesgo destaca el uso y el abuso de drogas, los duelos no resueltos o perturbaciones del estado de ánimo, incluidos depresión, esquizofrenia y el trastorno límite de la personalidad, pero también situaciones externas, entre ellas pobreza, desintegración social, sociedades violentas o conflictos con parejas.

No es suficiente con entender la epidemiología o los aspectos de riesgo y protectores para tener una comprensión clara del fenómeno y es de mucha utilidad conocer las diversas teorías que explican las razones por las que se pueda llegar a este comportamiento.

Si bien en muchos casos son prevenibles en otros tantos no lo es, por lo que para su atención es fundamental usar tratamientos basados en evidencias cuyos beneficios han sido probados, aunque “debemos comprender el caso y las características del sujeto para determinar el procedimiento adecuado”.

Algunos métodos destacados son la terapia cognitiva conductual, que permite prevenir y disminuir la ideación, la dialéctica conductual (DBT) o el modelo de evaluación colaborativo y manejo de suicidios (CAMS).

La directora de la Facultad de Psicología de la UAC planteó que la eficacia de cada procedimiento puede variar de acuerdo con la población, por lo que se tiene que revisar la efectividad en cada grupo, ya que se trata de un problema dinámico y complejo, concluyó.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *