El desperdicio de alimentos tiene un impacto ambiental, social y económico para toda la cadena de producción. De acuerdo con el Banco Mundial, en México, 20 millones de toneladas de comida terminan en vertederos, aún cuando se encuentran en buen estado para su consumo.

Información del Índice de Desperdicio de Alimentos 2021 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), indica que el 26% de los alimentos que se desechan son excedentes de preparaciones de restaurantes, tiendas, retail y supermercados; es decir, la forma en la que se producen y los hábitos de consumo impactan directamente en esta problemática. A su vez, durante el proceso previo al tratamiento de los comestibles puede haber pérdidas significativas, ya sea durante la etapa agrícola, la transportación o incluso durante el almacenaje.

Estos alimentos que no se consumen pasan de ser algo indispensable para el ser humano a basura, lo que conlleva a problemas como el cambio climático. Además, la comida que se descompone emite metano, un gas que contamina 84 veces más que el dióxido de carbono y, de acuerdo con datos del  PNUMA, entre el 8% y 10% de las emisiones globales de CO2 son resultado de este desperdicio.

Aunado a esto, hay una gran inversión de recursos naturales que se desaprovechan; por ejemplo, por cada 22 productos preparados se utilizan 40 mil millones de litros cúbicos de agua; es decir, disminuir el desperdicio de alimentos reduciría también la escasez hídrica.

Por otro lado, se estima que en México, el efecto económico que tiene la merma de alimentos es de 25 mil millones de dólares, lo que representa 2.5% del PIB, según el Banco Mundial.  Garantizar un consumo sostenible, promueve que más personas tengan una seguridad alimentaria, ya que hoy en día, 15.5 millones de personas no pueden recibir los productos de la canasta básica, esto, de acuerdo con información del Consejo Nacional de Evolución de la Política del Desarrollo Social (CONEVAL).

Por esta razón, es importante tomar conciencia y llevar a cabo acciones que permitan mitigar el desperdicio,  tales como comprar solamente las porciones necesarias,  conservar de manera correcta los productos (en especial los perecederos) y aprovechar los alimentos cuando sus fechas de consumo preferentes están cerca.

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