Aunque existe una gran preocupación por los recientes movimientos telúricos, es importante entender que en México los microsismos se han dado desde hace miles de años y es una actividad completamente normal debido a su ubicación geográfica, refirió el doctor Delfino Hernández Láscares, investigador del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

En entrevista, el profesor de la Unidad Iztapalapa explicó que la capital metropolitana se encuentra sobre lo que se conoce como la Cuenca de México, lo que representa la unión de cuatro valles en la parte central del territorio con un eje Neovolcánico, cordillera muy rocosa que sirve de unión entre la Sierra Madre Occidental y la Sierra Madre Oriental.

«Nos encontramos sobre una estructura geológica volcánica que atraviesa todo el país, desde el volcán de Colima hasta el Cofre de Perote. Esta actividad volcánica se ha ido dando en distintas etapas en los últimos 800 mil años, e incluye al Ceboruco, el Paricutín, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba».

El experto en geología, paleontología y protección civil puntualizó que cuando la lava sale, se enfría y se contrae puede generar rupturas en la corteza y aperturas de grietas que resultan en movimientos telúricos de baja intensidad, pero que pueden sentirse por la población que habita en zonas que los circundan.

«Debajo de las 16 alcaldías que existen en la Ciudad de México se encuentra esta estructura geológica, pero hay lugares como las colonias Narvarte y Roma, así como otras del Centro Histórico en las que hay una capa muy delgada, con apenas 15 o 20 metros, ya que este tipo de suelo es muy blando».

Hernández Láscares argumentó que el suelo inmediato de la metrópoli está constituido por tres tipos: blando, normalmente compuesto de arcilla o barro muy suave; de transición, compuesto por arcilla, roca y arena; y suelo lomas, integrado por roca que está aflorando y depósitos superficiales cubiertos por un manto de vegetación.

«Hoy gracias a los sismógrafos y acelerógrafos que están dispuestos en toda la ciudad, podemos detectar estos movimientos, los cuales han existido desde hace miles de años. La corteza tiene rompimientos y fracturas que en ocasiones se mueven, se friccionan y originan calor, que se transforma en ondas por lo que llega muy rápido a la superficie y es cuando ocurren los sismos. En un área en la que no hay población no se advierten estos movimientos, pero en una ciudad con más de nueve millones de habitantes el menor movimiento genera preocupación”.

La información que se ha recabado en las últimas décadas ha sido de gran trascendencia para realizar un seguimiento y saber con precisión las coordenadas geográficas donde ocurren los movimientos telúricos, lo que también resultó fundamental para la localización de la falla Plateros-Mixcoac.

El académico destacó que gracias al Sistema de Información Geológica, Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, A. C., la Red Acelerográfica de la UAM, el Instituto de Geofísica y el Servicio Sismológico Nacional, entre otras instituciones, es factible realizar este seguimiento, aunque es imposible saber en qué momento van a ocurrir ya que su onda de diseminación es muy rápida.

Por lo anterior, el especialista recomendó tener un plan de acción para hacer frente a estos fenómenos naturales, implementar un mantenimiento preventivo en los complejos habitacionales e identificar aspectos relevantes en el entorno.

“El problema es que muchos edificios con casi un siglo de vida no tienen medidas correctivas ni visto bueno de seguridad y operación, ni constancia estructural, es decir, no tienen condiciones para soportar estos sismos […] De acuerdo con la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil, todas las unidades habitacionales, del tipo que sean, están obligadas a tener programa interno de protección, pero sólo dos por ciento cuenta con él y no están cumpliendo con la ley”.

Los edificios que ya resintieron algún microsismo deben contar con un visto bueno de seguridad y operación y una constancia estructural. Además, es esencial identificar en qué condiciones se encuentra la vivienda, sobre qué tipo de suelo está, si hay cables eléctricos y transformadores en mal estado, revisar periódicamente las instalaciones de gas y los tanques estacionarios, y mantener las azoteas libres y sin depósitos pesados.

Otra recomendación es que no se intervengan paredes en casas y departamentos sin hacer un estudio previo, que no se toque su estructura para poner ventanas o ampliar los espacios, pues no se sabe qué se está haciendo o si se va a dañar a nivel estructural.

“Hay mucho que la población debe aprender y hacer. Debemos tener un estilo de vida que contemple este tipo de eventos naturales y tener una educación para saber qué tenemos que hacer antes, durante y después de los movimientos telúricos de cualquier magnitud”.

 

 

 

 

 

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