Cada año, el 19 de noviembre, conmemoramos el Día Mundial del WC, una fecha impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 2013 para reflexionar sobre la importancia de un retrete adecuado y promover soluciones ante la crisis mundial de saneamiento. Aunque muchas veces subestimado en la vida diaria, el WC (por las siglas en inglés de “Water Closet”) es un verdadero héroe silencioso. Desde el punto de vista histórico, social y sanitario, este dispositivo ha transformado la calidad de vida en el mundo y se ha convertido en un elemento fundamental para el bienestar y la salud pública.

Un poco de historia

Antes de la invención del WC moderno, los romanos ya habían implementado un sistema avanzado de letrinas públicas con agua corriente, que dirigía los desechos hacia cloacas subterráneas, minimizando los olores y evitando su propagación en las ciudades. Sin embargo, con la caída del Imperio Romano, esta infraestructura se abandonó, y durante siglos, el uso de orinales y la práctica de vaciarlos desde las ventanas contribuyó a la propagación de enfermedades infecciosas como el tifus.

Fue en 1596 cuando Sir John Harrington, ahijado de la reina Isabel I de Inglaterra, desarrolló un primer sistema de váter conectado a un depósito de agua para arrastrar los desechos. A pesar de instalarlo en el palacio real, el invento no se difundió, ya que la reina le negó la patente. Años después, en 1775, Alexander Cummings retomó la idea y patentó el diseño de un inodoro con sifón que incluía una tubería en forma de «S» que permitía mantener el nivel de agua en la taza y crear una barrera contra los malos olores. Este avance revolucionó el uso de los retretes, haciéndolos más funcionales e higiénicos, y permitiendo su instalación en interiores.

Joseph Bramah, en 1778, perfeccionó el diseño de Cummings al implementar válvulas que cerraban el sifón y la cisterna, evitando fugas y facilitando el uso. Posteriormente, en 1848, una ley británica obligó a instalar inodoros en las viviendas nuevas, aunque la popularización del WC tardaría décadas. En 1849, Thomas Twyford fabricó los primeros inodoros de cerámica, y en la década de 1880, Thomas Crapper inventó el flotante, mecanismo que automáticamente cierra el flujo de agua en la cisterna al llenarse, dando paso al inodoro moderno.

Impacto Sanitario

De acuerdo con la ONU, alrededor de 3600 millones de personas en el mundo carecen de acceso a saneamiento seguro[2], y se estima que 315,000 niños menores de cinco años mueren cada año por la diarrea causada por pésimas condiciones de higiene. Sólo por la falta de inodoros muere un niño cada dos minutos, es decir, alrededor de 1000 niños por día. Estas cifras nos recuerdan que el acceso a un WC seguro es una necesidad humana básica, indispensable para prevenir enfermedades infecciosas como el cólera y la fiebre tifoidea, que se transmiten cuando las heces se dispersan sin tratamiento adecuado, contaminando el agua y los alimentos. En solo un gramo de heces humanas puede haber hasta 10 millones de virus y bacterias, una problemática que el retrete ayuda a mitigar al contener y eliminar de forma segura los desechos humanos.

El WC es más que un objeto de uso cotidiano; representa dignidad, seguridad y derechos humanos. La campaña de la ONU de este año resalta que el WC es «un lugar para la paz y la protección», pues los sistemas de saneamiento defectuosos o inadecuados “provocan la proliferación de enfermedades mortales”. Esto es especialmente relevante para mujeres y niñas, quienes enfrentan mayores riesgos en ausencia de retretes adecuados, exponiéndose a situaciones de vulnerabilidad e inseguridad.

En México, donde sólo el 58% de la población tiene acceso diario a agua potable y saneamiento mejorado, el WC cobra una relevancia especial. El país enfrenta desafíos importantes en cuanto al suministro de agua y saneamiento, con cerca de 6 millones de personas sin acceso a agua potable y 11 millones sin acceso a saneamiento básico.

Impacto Económico

El WC no solo representa un beneficio sanitario, también genera un impacto positivo en la economía. Según estimaciones de WaterAid, la falta de saneamiento adecuado provoca pérdidas globales de hasta 260 mil millones de dólares al año debido a enfermedades que pueden prevenirse, por lo que mejorar el saneamiento reduce los costos de atención médica, incrementa la productividad y fortalece el capital humano, factores esenciales para el desarrollo sostenible de cualquier nación.

Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas destaca que un simple retrete no solo salva vidas, sino que también significa un ahorro considerable para la economía de un país. Cada año, aproximadamente 432,000 personas mueren a causa de enfermedades relacionadas con un saneamiento deficiente, y la pérdida de productividad derivada de estas condiciones puede representar hasta el 5% del PIB. Esto demuestra que mejorar las condiciones de saneamiento no solo beneficia la salud, sino también contribuye a la estabilidad económica de una nación.

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