El entorno físico proporciona cierta protección natural a las aguas subterráneas contra contaminantes, pero en su camino hacia el acuífero pueden contaminarse y arrastrar pesticidas, fertilizantes, desechos de animales o cualquier elemento derivado de la intervención humana, afirmó el experto en sistemas hidrológicos, Ismael Sandoval Montes.

La mancha urbana, el desarrollo industrial y las prácticas agrícolas y ganaderas impactan en mayor o menor medida en la calidad de los acuíferos, cuya importancia radica en el hecho de que, de acuerdo con el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (INTA), cerca del 39 por ciento del recurso hídrico utilizado en el país proviene de estas reservas.

Durante su participación en el programa AguaCERO, que transmite UAM Radio 94.1 FM, emisora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Sandoval Montes, señaló que cada región del país es distinta, mientras que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) identifica que “la región noreste, concretamente la ciudad de Monterrey, está rodeada de montañas donde el comportamiento del agua en el subsuelo puede ser mixto, con una variación entre áreas fracturadas y arenas muy compactadas”.

Mientras “el caso del Valle de México es todo lo contrario, pues hay un manto acuífero profundo y de gran espesor de arenas, mientras en los valles centrales de Oaxaca es mucho más estrecho”. Cada acueducto tiene su singularidad, por tanto, hay que tomar en cuenta estos factores para poder realizar una evaluación de la vulnerabilidad del acuífero en cada zona, destacó.

“El INEGI ha utilizado una metodología de reconocimiento internacional para evaluar la vulnerabilidad de los acuíferos mediante un sistema de información geográfica creando mapas de riesgo para diseñar redes de monitoreo de la calidad del agua, tomando en cuenta factores como el clima, nivel freático, conductividad hidráulica, geología, tipo de suelo y modelo topográfico”, refirió.

También lleva a cabo el mapeo de los acuíferos que existen en el país y sus características propias; es decir, aspectos como la profundidad a la que se encuentra el bien hídrico, el tipo de material de suelos y todas las condiciones naturales que rodean al cuerpo de agua para determinar su vulnerabilidad, apuntó el experto en la emisión radiofónica de la UAM.

“Debajo de la superficie del suelo, entre las grietas y los espacios entre las rocas, entre la arena o la grava, hay agua subterránea que se almacena en acuíferos, los cuales se recargan cuando la lluvia o el deshielo se filtran”, explicó.

“En México hay 122 acuíferos sobreexplotados. En el Instituto se han elaborado 79 conjuntos de mapas que identifican las zonas de mayor vulnerabilidad acuífera, proporcionando una idea gráfica de los riesgos que presentan algunos sistemas acuíferos”, advirtió.

Detalló que los acuíferos utilizados en exceso más representativos son los de la Ciudad de México, pero también presentan vulnerabilidad los de difícil acceso, entre ellos los de San Luis Potosí, los ubicados en zonas petroleras -por la cantidad de carga contaminante que puede generarse- o los de las áreas industriales, por las descargas de aguas residuales.

La vulnerabilidad de los acuíferos no se refiere a los riesgos de contaminación de las aguas subterráneas, aunque sí se valora sobre todo la sobreexplotación; esto es, cuando se extrae más líquido del que puede recuperarse, dijo.

En ese sentido, apuntó, esta problemática se ubica sobre todo en el centro del país –en el Valle de México– en el norte y en el altiplano, básicamente.

De los 653 acuíferos contabilizados en México, en algunos casos el agua subterránea emerge naturalmente a través de manantiales y se puede extraer mediante pozos. Este líquido puede alimentar manantiales, ríos, humedales y áreas costeras, proporcionando un flujo constante que nutre los ecosistemas, aunque su recarga puede depender de la propia contribución de ríos y arroyos cercanos, formando un ciclo vital para mantener su caudal, consideró el experto.

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