La emergencia sanitaria por el COVID-19 ha ocasionado en el ámbito educativo el cierre de actividades presenciales para evitar la propagación del virus y mitigar su impacto, sin embargo, el confinamiento significó la alteración de rutinas, con secuelas en la salud mental de alumnos, profesores y trabajadores, lo que exige el diseño de estrategias para revertir los daños, coincidieron especialistas.

La Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en Ciudad de México, informó que el aislamiento, los temores, las dificultades cotidianas y las dinámicas de los procesos pedagógicos pueden aumentar los riesgos de algunos trastornos –cuadros de estrés repetitivo o de ansiedad– o exacerbar sus efectos.

Por ello, la UAM estableció el Proyecto Emergente de Enseñanza Remota (PEER), para analizar la realdad de los estudiantes y el futuro el regreso a clases.

Al respecto, Mariana Moranchel Pocaterra, investigadora del Departamento de Estudios Institucionales de la Unidad Cuajimalpa de la UAM, destacó que el PEER fue la respuesta para continuar las labores docentes mediante el uso de plataformas y herramientas digitales diversas.  Además que el encierro produjo desajustes en la manera de vivir, pensar, actuar, aprender y, en ocasiones, ha derivado en angustia y aun depresión.

Una preocupación permanente de la UAM es el bienestar de la comunidad, por lo que busca procurar la salud mental en un entorno educativo remoto, así como proveer un ambiente seguro y confiable para el desarrollo de las habilidades cognitivas, emocionales y sociales de la colectividad.

Afirmó que el trabajo a distancia ha provocado cansancio, embotamiento emocional, incertidumbre, miedo por un futuro incierto, falta de concentración y de sueño, entre otras alteraciones, que a su vez causan en los estudiantes irritabilidad, comportamiento imprudente o autodestructivo, sobresaltos, poca atención y variaciones al dormir.

Los estudiantes mexicanos están experimentando escenarios psicosociales complejos que atañen a la salud mental: frustración, cansancio, enojo, estrés e inseguridad, expresados en que 43% padece ansiedad; 36% problemas para dormir y 31% estrés.

Todo esto impacta sobremanera el rendimiento escolar, porque a las 12 horas, una semana, un mes o cinco, la persona presentará desgaste psicofisiológico desencadenante de ansiedad, depresión y estrés crónico, ante lo cual se sentirá agotada y en un cuadro de burnout, es decir, con cansancio emocional excesivo debido a que sus rutinas se desestructuraron.

La directora de Investigación e Innovación Educativa de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) añadió que si el estrés se convierte en crónico puede transformarse en angustia y pánico, así como en males crónico-degenerativos: hipertensión, diabetes y gastritis.

En México, la movilidad se redujo en 47%, en promedio, aun cuando hubo distintas magnitudes, pues en zonas de más alto nivel económico llegó a 73% y en las de más bajo a sólo 30%, lo que explica que los hábitos cambiaron drásticamente y la pandemia.

En el terreno de la educación “cambiamos de la modalidad presencial a la remota, lo que nos tomó en circunstancias muy complicadas, pues no disponemos de los espacios, ya que nuestras casas no son oficinas ni salones de clase”; hay falta de recursos tecnológicos –si bien la UAM detectó esto de manera oportuna e implementó el programa de apoyo a los alumnos que no tenían los implementos– y algunos jóvenes se han quejado de resequedad en los ojos por el tiempo que pasan ante las pantallas, informó.

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