Aproximadamente 0.5 por ciento de la población mundial padece el síndrome de Asperger,
es decir, 40 millones de pacientes, aunque faltan estudios para tener un número preciso,
afirma el académico de la Facultad de Psicología (FP) de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), Fructuoso Ayala Guerrero.
En México, de acuerdo con la Secretaría de Salud federal, alrededor de 120 mil personas
viven con esta condición; aproximadamente la mitad de ellos llega a la edad adulta sin
diagnóstico.
En el Laboratorio de Neurociencias de la FP se implementa un método consistente en la
estimulación del cerebro, después de una valoración neuropsicológica, de atención,
aprendizaje, memoria, etcétera. Los participantes reciben estimulación magnética
transcraneal para mejorar su condición. La meta es que se sume como otro tratamiento.
Los interesados en participar en el proyecto pueden acudir al Laboratorio de Neurociencias
situado en el sótano del edificio C, de la Facultad de Psicología, o escribir al correo
electrónico: fayala@unam.mx para solicitar más información.
El síndrome de Asperger es un trastorno del espectro autista que se caracteriza porque los
pacientes presentan problemas sociales y de comunicación, en el lenguaje y en la conducta,
explica el especialista.
“Se aíslan, tienen una mente rígida y no entienden el lenguaje figurado; si les dices que
está lloviendo a cántaros, ellos creen que efectivamente el agua cae de esos recipientes. Lo
entienden literalmente”, detalla.
En la actualidad, aclara el universitario, “tiende a desaparecer el término de Asperger para
quedar como nivel 1 del trastorno del espectro autista”. El término autismo proviene del
griego “autôs” que significa “propio” o “uno mismo”, porque los pacientes se aíslan y
tienen conductas repetitivas; se “encierran” en una tarea que les interesa y no pueden salir
de ahí.
Tampoco entienden las intenciones y sentimientos de las otras personas, quienes utilizan,
además del lenguaje hablado, el corporal, por ejemplo una mirada o una sonrisa.
Ayala Guerrero refiere que el origen del síndrome podría ser hereditario, o desarrollarse en
el útero durante el proceso de gestación, también podrían intervenir factores
medioambientales que alteren el neurodesarrollo; por ejemplo, mujeres con epilepsia y
embarazadas que toman fármacos antiepilépticos durante la gestación pueden alterar el
desarrollo cerebral de su bebé. En este sentido, el ácido valproico se ha relacionado con
niños con un trastorno del espectro autista.


El científico explica que en el Laboratorio de Neurociencias de la FP, a su cargo, se ha
desarrollado un modelo animal que consiste en administrar ese fármaco en ratas durante los
primeros días de gestación, de manera que las crías -al nacer- tienen alteraciones parecidas
a los pacientes humanos, problemas de comunicación y, en ocasiones, malformaciones.
Asimismo, se ha observado que si son estimuladas y crecen en un medio enriquecido, es
decir, conviven con otras ratas, corren en juegos mecánicos, etcétera, sus daños son
significativamente menos graves. Las que se mantienen aisladas presentan problemas de
memoria, incluso malformaciones en cara y patas. Por ello, la recomendación para las
personas con Asperger es tener una estimulación constante que les ayude a mejorar los
síntomas.

El investigador argumenta que el cerebro genera energía eléctrica que se manifiesta en
forma de ondas de frecuencia y amplitud variable. En la región sensitivo-motora, ubicada
en la parte central frontal del cerebro, se registran las ondas MU; en una persona sana se
presentan cuando está relajada y tranquila, pero desaparecen cuando se mueve u observa
que otros lo hacen, lo cual indica que somos capaces de leer las intenciones de los demás.
En alguien con Asperger las ondas MU desaparecen sólo cuando él mismo lleva a cabo ese
acto; es decir, no entiende las intenciones de los otros.
Este tipo de ondas son importantes para la comunicación. Sin hablar podemos comprender
al otro, al observarlo, por su expresión; por eso estos pacientes tienen problemas de tipo
social, en la escuela, el trabajo, etcétera.
Muchas veces el diagnóstico de este síndrome se conoce después de los cuatro años de
edad, cuando los síntomas se vuelven más notables y la familia se da cuenta de que el
pequeño no puede comunicarse adecuadamente; no obstante, desde antes es posible
detectarlo. “Si la madre nota que el bebé no se comunica por medio de la mirada, la desvía
o no reacciona ante ella con una sonrisa, podrían ser señales de que algo no funciona de
forma adecuada”.
Entre más temprano se busque la ayuda de un especialista, es mejor porque se empieza de
manera oportuna la terapia y se aprovecha la plasticidad cerebral, o sea la capacidad de ese
órgano para modificar sus conexiones neuronales y propiciar que las habilidades del
pequeño sean más eficientes.
Como parte del tratamiento para este síndrome hay distintos tipos de terapia o estimulación,
de acuerdo con los síntomas de cada persona; por eso debe ser individualizada “porque
cada paciente es diferente”, asevera.
Además, puede proporcionarse un tratamiento cognitivo conductual para controlar otros
problemas del estado de ánimo, como la ansiedad; también prescribir fármacos, “pero hay
que tener muchas precauciones porque pueden tener efectos colaterales nocivos. Se debe
buscar un balance entre estos y la terapia”.
Recalca la importancia de que los pacientes tengan calidad del sueño y evitar que sea
fragmentado. En este sentido, recomendó tener en cuenta las reglas de higiene respectivas:
acostarse y levantarse a la misma hora, evitar luz y ruido, tener una temperatura adecuada
constante en el lugar donde duermen, no ingerir bebidas excitantes como café y refrescos
de cola, etcétera.
“Los que duermen mejor, controlan mejor sus síntomas; los que no lo hacen, presentan
problemas de aprendizaje, memoria y se altera su sistema inmunológico”.
El síndrome, aclara el universitario, afecta a los pacientes y a toda la familia y, en
particular, a las mamás porque ellas los cuidan y en ocasiones tienen que abandonar sus
actividades laborales.

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