“Si no fuera por la milpa no habría sustento para nuestras familias” afirma -a sus 61 años- Ricardo David Kumul Canul, desde un solar en su nativo Xoy, municipio de Peto, Yucatán, donde continuar este sistema tradicional de producción rural es una forma de subsistencia que además permite preservar su identidad, cultura y proteger el medio ambiente.
En ese patio trasero, junto a Ricardo se reúnen otros 19 agricultores para inspeccionar una selección de mazorcas: algunas de color amarillo claro, variedad criolla, y otros de un intenso violeta o naranja. Otras conocidas como Sangre de Cristo, con granos amarillos salpicados de rayas rojas.
Para ese grupo de campesinos la revisión de las mazorcas es parte de su labor dentro de un colectivo que suma unos 150 agricultores del municipio de Peto, ubicado al sur de Yucatán y que en la primera mitad del siglo pasado llegó a ser una próspera comunidad que destacó como punto de partida de la industria chiclera de México.
En conjunto se hacen llamar Guardianes de las semillas y su compromiso es recolectar y preservar la diversidad genética del maíz de esa región del sureste mexicano. Desde hace 20 años se reúnen una vez al mes para diseñar estrategias de cultivo selectivo con las variedades maíz nativo que por generaciones han cultivado, incluso se remonta desde la época prehispánica.
“Aquí en Xoy no habría gente, no habría sustento para nuestras familias, si no fuera por la milpa y los ingresos que provienen de ella también”, reiteró Ricardo David, quien señaló que el esfuerzo de ese colectivo permite crear un banco de semillas que les ayuda a enfrentar las crisis climáticas y, por ende, económicas.
En 2002, ante el huracán “Isidoro” recordó que la pérdida de “todos nuestros animales, cultivos para consumo. Tuvimos que volver a empezar de cero. Lo único que pudimos recuperar fueron las semillas” acopiadas.
Mucho más constantes que un ciclón, las sequías son amenaza también para cualquier productor rural, pero para Ricardo y el resto de los Guardianes de las semillas, un problema menos difícil de enfrentar con la reserva de semillas. Además, los Guardianes de las semillas de Xoy cuentan con un respaldo que se suma al conocimiento de sus tierras y el fruto que de estas obtienen con el maíz, a través del proyecto Milpa para la Vida, una iniciativa de la agencia de desarrollo Heifer Internacional México.
Para esta agrupación internacional, apoyar a los campesinos a producir suficientes alimentos en medio del cambio climático es fundamental y se logra a través de brindarles acceso a herramientas y capacitación que permitan un sistema de cultivo sustentable y que genere recursos extra.
Parte de esa labor implica capacitar a los productores para identificar sistemas de producción sustentables que mejoren la productividad de la milpa, así como la selección de plantas apropiadas para la recolección y para la preservación de las semillas, principalmente aquellas que ya forman parte de la región y puedan adaptarse para enfrentar fenómenos climáticos extremos, que al utilizar con un enfoque de agricultura de conservación, contribuyen a la resiliencia de los ecosistemas y el cambio climático.
“Los técnicos nos han enseñado a buscar los tallos de maíz medianos para recoger las semillas, no los altos”, explicó Ricardo. “El beneficio es que si la planta crece demasiado, el viento romperá el tallo. Entonces, cuando vemos que son de tamaño mediano y no demasiado altas, las seleccionamos para guardar nuestras semillas para el próximo año”.
“Parte del esfuerzo es preservar y aumentar el acceso a las variedades nativas”, dijo Immer Bello, gerente del proyecto Milpa for Life. “Los agricultores seleccionan las que se adaptan mejor. De esta manera, también tienen control y acceso a sus propias semillas y las comparten con otros productores”.
A la fecha son más de dos mil familias campesinas que participan en los proyectos de Heifer México y que son financiados por la Fundación John Deere, con una superficie de cultivo ya gestionada de más de 307 hectáreas, de un total de 540 como objetivo, logrando al final un incremento de la productividad de la milpa que rebaza la meta del 41%, con un promedio de 149%; (940 kg); de 630 kg/Ha en 2021 a 1,100 kg/Ha en 2022 y 1,570 kg/Ha en 2023.
“No utilizamos ninguna máquina, por lo que no generamos contaminantes y protegemos la naturaleza”, dijo Ricardo, cuyo padre y abuelo eran orgullosos agricultores de milpa. “Todo esto lo hacemos a mano. Nuestra inversión es nuestro tiempo y trabajo”.
Una labor que se divide en mitigar el impacto de plagas con sistemas naturales como la mezcla de jugo de piña y caña de azúcar para atraer insectos destructivos, o bien la cosecha de hortalizas ligadas a la milpa, cuyas semillas sirven para alimentar a las gallinas que cría en su patio y que vende en el mercado hasta por $80 pesos el kilogramo, dependiendo de la demanda, o cuyos huevos sirven para el consumo familiar.