Los sumideros de carbono naturales –bosques, océanos o suelos– son sistemas que absorben o almacenan dióxido de carbono (CO2) que contribuyen a disminuir la temperatura, bajar el riesgo de acidificación de los océanos y a reducir los gases del efecto invernadero, afirmó la doctora Aleida Azamar Alonso, Investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

El problema hoy es que se dispone de pocos y sin ellos habría graves problemas, dada la enorme acumulación de gases y de contaminación existente. Los bosques y en general la vegetación absorben mucho de este gas durante la fotosíntesis, convirtiéndolo en biomasa; los océanos lo disuelven en el agua superficial donde forman carbonatos que aprovechan los organismos marinos, refirió.

“Hace poco más de un año empezaron a generarse reportes alarmantes acerca de que los sumideros terrestres están perdiendo su capacidad de absorción de carbono; esto responde a muchos factores, entre ellos la deforestación, las sequías extremas o las olas de calor, que han perjudicado los bosques de Canadá o los Urales en el ártico, en Siberia, Rusia, lugares donde había importantes sistemas con buena absorción”, explicó la académica del Departamento de Producción Económica de la Unidad Xochimilco.

En el caso de los océanos, que atraen alrededor de 90 por ciento del calor generado por el cambio climático y hasta el 26 por ciento de bióxido de carbono, la acidificación por exceso de este gas está superando su capacidad, lo cual altera la migración vertical del plancton, material fundamental para absorber el carbono, sobre todo en las profundidades y que también afecta toda la cadena trófica, ya que es el alimento fundamental para los animales.

Cuando los sumideros fallan, el dióxido de carbono se va quedando en la atmósfera, lo que acelera el aumento de la temperatura y genera incendios, sequías y muchos otros desastres naturales.

Los bosques no son solamente proveedores de madera, sino que contribuyen a la regulación del clima, sostienen la biodiversidad y, en última instancia, permiten la existencia humana.

La también coordinadora de la Maestría en Sociedades Sustentables anotó que la desaparición de recursos en Finlandia, por ejemplo, ha anulado todos los beneficios que se habían ganado en los últimos 30 años en materia de protección ambiental; “en su momento lograron disminuir la contaminación industrial hasta en 45 por ciento, pero la tala intensiva de bosques, sumideros fundamentales de la zona, ha provocado una considerable erosión de los suelos”.

El Río Amazonas alguna vez fue considerado uno de los sistemas más importantes del planeta, pero ahora la deforestación y los incendios están afectando gravemente sus ecosistemas, pues algunas partes de la selva están emitiendo más carbono que el que están absorbiendo.

“Este colapso es resultado directo de las acciones capitalistas, extractivistas, economicistas, que priorizan la expansión agrícola y la explotación sobre el equilibrio del intercambio energético”, enfatizó.

Así, reconoció que una política agresiva de reducción de emisiones ya no es suficiente; “se requiere un modelo de política y de economía que estén profundamente vinculados a estas problemáticas, que permita establecer ciertas lógicas de consumo y restricciones industriales más efectivas para intentar reestablecer las capacidades de absorción del CO2”.

Entre las estrategias presentadas por la también integrante del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores para mitigar esta problemática, planteó la necesidad de crear un organismo internacional con autoridad vinculante capaz de supervisar y de sancionar el uso excesivo de estos recursos, que establezca límites obligatorios en el consumo de ciertos bienes naturales y de emisiones de carbono para cada caso, basado en su capacidad biofísica y en la contribución histórica al cambio climático.

En ese escenario, los países industrializados tendrían que reducir drásticamente su consumo, mientras que las naciones en desarrollo podrían recibir apoyos para alcanzar niveles básicos de bienestar sin replicar los errores históricos, precisó durante el Coloquio Repensando la economía desde una perspectiva ecológica.

La especialista en conflictos socioambientales apuntó que para alcanzar esa meta será ineludible transformar las industrias extractivas y agrícolas hacia modelos de regeneración ecológica, lo cual implicará la reestructuración de sectores enteros que actualmente dependen de la degradación ambiental; “por ejemplo, la industria maderera debería migrar hacia prácticas de manejo forestal comunitario que prioricen la conservación y la recuperación de carbono”.

La agricultura deberá reemplazar a las actividades industriales, se tendría que eliminar la dependencia de fertilizantes sintéticos; esto requerirá de subsidios masivos y de un rediseño de los mercados para desincentivar las prácticas depredadoras actuales, detalló.

Pero además para garantizar la protección de los sumideros de carbono sería preciso transferir la gestión y la propiedad de ecosistemas críticos, como bosques, selvas y océanos, a los colectivos locales, porque a menudo son las comunidades indígenas y campesinas las que saben cómo gestionar sus propios recursos de manera sostenible, si bien, reconoció que estas propuestas desafían las estructuras vigentes de poder económico y político.

En la situación actual, “ya no se trata de hacer ajustes pequeños, sino de transformar nuestras formas de vida, de producir, de consumir, utilizando como base la Economía Ecológica; por ello, no sólo se trata de hacer un diagnóstico del problema, sino una hoja de ruta hacia el futuro inmediato puesto que los sumideros de carbono no son una opción, sino una necesidad para la supervivencia”, finalizó.

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