La imposibilidad de implementar las leyes orgánicas y de ordenamiento urbano vigentes desde la década de 1940 detonó la expansión desordenada de la Ciudad de México (CDMX) hacia la periferia, señaló Georg Leidenberger, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en la capital de México.
Ese marco jurídico trataba justamente de controlar dicho fenómeno, sin embargo, el problema no fue la falta de planeación sino la aplicación, toda vez que los lineamientos establecían con claridad el límite que se disponía para la capital del país, prohibiendo asentamientos habitacionales más allá de lo que ahora es el Circuito Interior, pero no lograrlo llevó al gobierno a expropiar algunas zonas, afirmó.
Recordó que en las décadas de 1930, 1940 y 1950 fue cuando inició la gestión estatal del sector que sentaría un patrón de desarrollo urbano presente hasta la actualidad, debido al crecimiento, tanto de la población como del territorio, por lo que la política para el siglo XX en este ámbito se puede reducir a algo muy básico: la demanda que en la localidad y sus alrededores excede muchísimo la oferta, dijo.
Mientras que en la década de 1930 había un millón de habitantes, 20 años después se detonó una enorme tasa de incremento, de entre 2.8 y 2.9 millones de personas, que se fue agravando en la capital debido a la centralización de las industrias.
La migración del campo a la metrópoli exigía una casa, lo que también contribuyó a una mayor demanda habitacional en los alrededores del Centro Histórico, donde “encontramos vivienda popular construida en lotes de iglesias y de la alta burguesía, mejor conocida como vecindad o tugurio, que pronto dejó de ser una opción ante el desbalance de la oferta y la demanda, aunque con el presidente Manuel Ávila Camacho se decretó la renta congelada”, explicó el académico de la Licenciatura de Historia en la UAM.
La gente que llegaba a la capital formó colonias proletarias, llamadas herradura de tugurios debido a que no podían pagar renta e invadían los terrenos, que no contaban con servicios, pero se ubicaban relativamente cerca de sus centros de trabajo. Además estaban las colonias proletarias periféricas creadas mediante ventas fraudulentas de fraccionadores en las alcaldías de Gustavo A. Madero, Azcapotzalco y Álvaro Obregón.
La mancha urbana fue ampliándose poco a poco, sin que el gobierno tratara de rescatar al Centro Histórico, en primer lugar, ya que la administración de Lázaro Cárdenas, por ejemplo, no destinaba recursos al rubro, al estar enfocado en obras públicas.
Tampoco “hubo una política habitacional per se por parte del Estado, pero sí una política reactiva” que lo llevó a actuar como una especie de árbitro a través del entonces Departamento del Distrito Federal.
Más tarde, “el Estado, en colaboración con el sector privado, empezó la construcción de casas para trabajadores y burócratas, ya no tan cercanas a sus empleos, entre otros proyectos que no llegaron a concretarse y que sirven de un ejemplo del desorden urbano que aún puede ser establecido de buena manera en ciudades de mediano tamaño”.