Por Marien Garza, Miembro del Consejo Consultor de Nutriólogos de Herbalife

En un mundo cada vez más acelerado y con el estilo de vida actual, los hábitos se han modificado con el objetivo de ser más productivos, eficientes y de extender aquellas actividades que brindan placer, satisfacción o beneficios inmediatos. Estas conductas se han vuelto predominantes en la vida cotidiana e impactan prácticamente todos los aspectos de nuestra existencia.

Hoy en día, es común abrir un paquete de comida, meterlo al horno de microondas e incluso consumirlo directamente del empaque, por falta de tiempo para seleccionar, lavar, cortar y preparar los alimentos.

Buscamos mantener el contacto con amigos o familiares, mientras al mismo tiempo atendemos pendientes laborales. Sostenemos conversaciones con el teléfono en la mano, revisamos notificaciones cada 30 segundos, encendemos la televisión y navegamos en redes sociales simultáneamente. Estas prácticas, cada vez más comunes, reflejan una desconexión que va creciendo cada vez más.

La sensación de querer estar en todos lados y atender todo al mismo tiempo, en realidad, impide prestar verdadera atención y genera una falta de conexión significativa. A partir de este fenómeno, la psicología contemporánea ha acuñado el término FOMO (Fear of Missing Out), que se traduce como “miedo a perderse de algo” y se define como: “aprehensión generalizada de que otros puedan estar viviendo experiencias gratificantes de las que uno está ausente”..

Este fenómeno, cada vez más notorio, también afecta nuestro sueño. En la búsqueda de estar siempre atentos a lo que sucede, muchas veces tomamos —casi de forma inconsciente— la decisión de sacrificar horas de descanso, amparados en dos ideas tan comunes como equivocadas: “con pocas horas que duerma es suficiente” y “mañana sí dormiré bien y recuperaré el sueño perdido”.

La realidad es muy distinta. Según la Facultad de Psiquiatría de la Universidad Nacional Autónoma de México, el sueño se define como un estado reversible caracterizado por una reducción de la actividad motora, una menor interacción con el entorno y una capacidad disminuida de respuesta ante estímulos externos.

Durante este estado de reposo ocurren procesos vitales para la salud general. Para entender su importancia, es necesario conocer sus distintas etapas: sueño ligero, sueño profundo y sueño REM (Rapid Eye Movement).

En la fase 1 (sueño ligero), el cuerpo comienza a relajarse, se reduce la tensión muscular y disminuye la frecuencia cardíaca.

En la fase 2, el hipocampo —encargado de almacenar el aprendizaje del día— transfiere esa información al resto del cerebro, consolidando la memoria y el conocimiento.

En la fase 3, se activa el sistema linfático, responsable de eliminar toxinas del sistema nervioso, lo cual ayuda a prevenir enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, el Parkinson o la demencia.

En la fase 4 (sueño profundo), ocurre la regeneración celular. Hormonas y neurotransmisores intervienen en la reparación de los diferentes tejidos del cuerpo (muscular, conectivo, epitelial, nervioso, entre otros).

Finalmente, en la fase 5 o fase REM, cuando se producen los sueños, se regulan las emociones y se equilibra el estado de ánimo que nos acompañará el resto del día.

 

 

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